sábado, 28 de junio de 2014

Hanna'a'k la loba

Su cara no transmitía mucha esperanza. Sus comentarios siempre eran amables, sin embargo no parecía que tuviera mucha fe. Más bien, ella transmitía fortaleza  y seguridad ante lo que viniera, sea bueno o sea malo.   Ella había caminado por terrenos pedregosos, y ya tenía varías marcas que el espesor de  las espinas de algunos árboles de la selva le habían dejado en su paso. Por ello, la vida le había enseñado a caminar sigilosamente, y mirando atrás, siempre al tanto y al cuidado.

Eso no quería decir que no fuera feliz. A pesar de que su cara fuese seria y ya con algunas arrugas que la mostraban dura. Ella era feliz, su corazón estaba lleno y contento, corazón de madre. Aunque  la maternidad no era su único motivo para sentirse feliz. Desde muy pequeña la felicidad siempre le llegaba cuando el viento del mar el soplara a la cara. Su olor y su sensación húmeda sobre su piel era uno de los placeres que había disfrutado todos los días de su vida.  Así pudiera estar en la montaña,  si el viento del mar le soplaba, sólo cerraba los ojos para transportarse a hogar, el mar.

Una vez que tuvo que alejarse de su tierra, sufrió mucho. Lloraba todos los días por no estar sumergiéndose en el mar azul. El mar se hacía presente  en sus sueños y en la música que escuchaba. En donde quiera encontraba al mar. Estaba enamorada de él. Pensaba en cómo sus pies se iban a hundir en su arena, y de lo frío que sería el primer contacto con él.  Pero sin pensarlo dos veces  caminaría dentro de él y unos metros mar adentro, se lanzaría con el cuerpo completo al mar, los dos se abrazarían y por fin se disfrutarían completamente, nadaría con los ojos abiertos, viendo a los hermosos peces huir de ella. Saldría bruscamente a la superficie a dar un gran respiro y a tallarse los ojos para quitarse un poco la sal.


Como buena cazadora y madre, solía a hacer su trabajo en las noches. Porque en las mañanas se quedaba a disfrutar del día frente a la playa con sus hijos. Amamantaba  y adormecía al más pequeño  antes de salir, y jugaba con el más grande, así también le enseñaba a cocinar y adormecer a su hermanito. Porque no había nadie más que los apoyara. A pesar de que habían más lugareños cerca de la zona, intentaban funcionar autónomamente y no confiar tanto en la gente, hasta que Xo’h cumpliera  12 años y se convirtiera en un hombre apto para hacerse responsable de la familia. Mientras tanto, su madre Hanna’ak, cual loba, tendría que cuidar a su manada.

En la mañana la familia ya tenía su comida en la mesa, había pescado y lagartija. Xo’h no quería comer nada, estaba en una edad de berrinches y lloriqueos y sólo pensaba en salir a jugar con sus amigos.  Cada día la pregunta sobre dónde se encontraba su padre se intensificaba, y miraba con odio y rencor a su madre quien hasta ahora había guardado el secreto.

A Hanna’ak le molestaba la actitud pero comprendía la necesidad de Xo’h de saber su origen...

Xo’h retando a su madre comenzó a salirse de la chabola, pero Hanna’ak lo jaló bruscamente.
-¡Kooten Haná!
Le gritó a  Xo’h quien parecía no haber escuchado nada
-¡Ko’osh!

Le volvió a gritar. Sin tener mucho éxito.

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