Su cara no transmitía mucha esperanza.
Sus comentarios siempre eran amables, sin embargo no parecía que tuviera mucha
fe. Más bien, ella transmitía fortaleza
y seguridad ante lo que viniera, sea bueno o sea malo. Ella había caminado por terrenos pedregosos,
y ya tenía varías marcas que el espesor de
las espinas de algunos árboles de la selva le habían dejado en su paso.
Por ello, la vida le había enseñado a caminar sigilosamente, y mirando atrás,
siempre al tanto y al cuidado.
Eso no quería decir que no fuera feliz. A
pesar de que su cara fuese seria y ya con algunas arrugas que la mostraban
dura. Ella era feliz, su corazón estaba lleno y contento, corazón de madre.
Aunque la maternidad no era su único
motivo para sentirse feliz. Desde muy pequeña la felicidad siempre le llegaba
cuando el viento del mar el soplara a la cara. Su olor y su sensación húmeda
sobre su piel era uno de los placeres que había disfrutado todos los días de su
vida. Así pudiera estar en la montaña, si el viento del mar le soplaba, sólo cerraba
los ojos para transportarse a hogar, el mar.
Una vez que tuvo que alejarse de su
tierra, sufrió mucho. Lloraba todos los días por no estar sumergiéndose en el
mar azul. El mar se hacía presente en
sus sueños y en la música que escuchaba. En donde quiera encontraba al mar.
Estaba enamorada de él. Pensaba en cómo sus pies se iban a hundir en su arena,
y de lo frío que sería el primer contacto con él. Pero sin pensarlo dos veces caminaría dentro de él y unos metros mar
adentro, se lanzaría con el cuerpo completo al mar, los dos se abrazarían y por
fin se disfrutarían completamente, nadaría con los ojos abiertos, viendo a los
hermosos peces huir de ella. Saldría bruscamente a la superficie a dar un gran
respiro y a tallarse los ojos para quitarse un poco la sal.
Como buena cazadora y madre, solía a
hacer su trabajo en las noches. Porque en las mañanas se quedaba a disfrutar
del día frente a la playa con sus hijos. Amamantaba y adormecía al más pequeño antes de salir, y jugaba con el más grande, así
también le enseñaba a cocinar y adormecer a su hermanito. Porque no había nadie
más que los apoyara. A pesar de que habían más lugareños cerca de la zona,
intentaban funcionar autónomamente y no confiar tanto en la gente, hasta que Xo’h
cumpliera 12 años y se convirtiera en un
hombre apto para hacerse responsable de la familia. Mientras tanto, su madre Hanna’ak,
cual loba, tendría que cuidar a su manada.
En la mañana la familia ya tenía su
comida en la mesa, había pescado y lagartija. Xo’h no quería comer nada, estaba
en una edad de berrinches y lloriqueos y sólo pensaba en salir a jugar con sus
amigos. Cada día la pregunta sobre dónde
se encontraba su padre se intensificaba, y miraba con odio y rencor a su madre
quien hasta ahora había guardado el secreto.
A Hanna’ak le molestaba la actitud pero
comprendía la necesidad de Xo’h de saber su origen...
Xo’h retando a su madre comenzó a salirse
de la chabola, pero Hanna’ak lo jaló bruscamente.
-¡Kooten Haná!
Le gritó a Xo’h quien parecía no haber escuchado nada
-¡Ko’osh!
Le volvió a gritar. Sin tener mucho
éxito.
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